Political Philosophy
Legitimidad democrática: ¿consenso o votación? Patricia Britos RESUMEN: El propósito der este trabajo es abordar en tema bastante polémico, el de llegar a la resolución de cuestiones políticas con el mayor grado de legitimidad. La teoría de la democracia tiene dos vertientes marcadamente diferentes: la del discurso argumentativo y la de la teoría de la elección social. La primera estudia la forma de resolver los conflictos a través de la deliberación, del discurso argumentativo que apunta al consenso.Y la segunda es la que se ocupa de las formas en que la agregación de preferencias individuales lleva a un resultado social; ésta es la teoría de la elección social, una rama de la elección racional, dedicada especialmente a la teoría de la votación.Estas dos tendencias aparecen separadas la una de la otra, una concentrada en el consenso ideal y la otra, en los resultados electorales. No parece quedar claro por qué para los consensualistas no hay más que modelos ideales que no contribuyen a la resolución de los problemas políticos inmediatos. En el caso de los teóricos de la elección social, parece que aportan más al estudio de la teoría de la democracia porque no desconocen el hecho de que la filosofía política debe ayudar a la resolución de los problemas de la sociedad. |
1. Introducción El propósito de este trabajo es abordar un tema bastante polémico, el de llegar a la resolución de cuestiones políticas con el mayor grado de legitimidad. La teoría de la democracia tiene dos vertientes marcadamente diferentes: la del discurso argumentativo y la de la teoría de la elección social. La primera estudia la forma de resolver los conflictos a través de la deliberación, del discurso argumentativo que apunta al consenso. Estos teóricos sostienen que la fuente más importante de legitimidad es la deliberación razonada entre hablantes que forman una comunidad ideal de comunicación; todos tienen los mismos derechos para argumentar y, así, a través del discurso se puede llegar a resolver los conflictos. La segunda vertiente es la que se ocupa de las formas en que la agregación de preferencias individuales lleva a un resultado social; ésta es la teoría de la elección social, una rama de la elección racional, dedicada especialmente a la teoría de la votación. Estas dos tendencias se esfuerzan por aparecer separadas la una de la otra, una concentrada en el consenso ideal y la otra, en los resultados electorales. No parece quedar claro por qué para los consensualistas no hay más que modelos ideales que no parecen aportar a la resolución de los problemas políticos inmediatos. En el caso de los teóricos de la elección social, sólo mencionan el consenso al señalar que, cuando no se lo alcanza, es necesario recurrir a la votación para resolver conflictos, pero no lo discuten en profundidad. Sin embargo, parece que estos últimos aportan más al estudio de la teoría de la democracia porque no desconocen el hecho de que la filosofía política debe ayudar a la resolución de los problemas de la sociedad. 2. Teoría de la democracia Aquí vamos a presentar brevemente dos trabajos que examinan con claridad dos problemas de la teoría de la democracia: la división en dos tradiciones que no encuentran un camino común y la de las asimetrías presentes en la comunidad social que impiden legitimar las decisiones democráticas. Con respecto al primer problema, parece importante exponer el examen que hace de la cuestión David van Mill, a pesar de que los autores que estudia el presente trabajo no son exactamente los mismos. Él habla de las teorías del discurso democrático y de la elección social de desequilibrio (siguiendo la terminología de W. Riker); incluye dentro de la primera a J. Habermas, J. Cohen, J. Dryzek y S. Benhabib, y dentro de la segunda a D. Black, K. Arrow, R. McKelvey y W. Riker. Explica que los argumentos de las dos teorías parecen ser mutuamente exclusivos, sin embargo son similares en un nivel procedimental. Además, considera que los teóricos del discurso no pueden ignorar las paradojas de la votación.(1) Sobre el segundo problema planteado, J. Knight y J. Johnson dicen que es común adjudicarle a los métodos de agregación de preferencias la falta de "recursos morales" que se requieren para generar y sostener soluciones colectivas legítimas; esto se basa en el problema de que los resultados electorales son susceptibles de influencia proveniente de varias asimetrías exógenas arbitrarias de tipo social, cultural y económico. Estos autores sostienen que, si bien esto es innegable en la agregación de preferencias, seguramente no constituye un argumento a favor de la deliberación, ya que las feministas, los partidarios de la teoría crítica, los republicanos, entre otros, correctamente nos recuerdan que la deliberación es en sí misma susceptible de distorsiones que provienen de clases similares de asimetrías exógenas, a veces especialmente sutiles. Y agregan que "[l]a cuestión es si los mecanismos de agregación son susceptibles de dificultades endógenas sistemáticas y, si es así, si los arreglos deliberativos refinados y ampliados pueden evitar o remediar esas dificultades".(2) 3. Teoría del consenso Los filósofos alemanes que, aunque poniendo el acento en lugares distintos, representan un punto de partida de fundamentación de la ética a través del discurso son J. Habermas y K.-O. Apel.(3) Ellos consideran que las acciones colectivas deben ser asumidas bajo una responsabilidad solidaria; Apel sostiene que es necesaria la cooperación de todos los individuos de una sociedad ya en la fundamentación de las normas morales y jurídicas susceptibles de consenso, por medio del discurso argumentativo.(4) Los dos filósofos proponen como medio para la resolución de conflictos la discusión entre hablantes que quieren llegar a un consenso; ante todo, se llega argumentando en función de llegar a decisiones que apunten al bienestar de todos o que por lo menos no afecten los intereses de algunos miembros de la comunidad. Esta comunidad ideal de comunicación está obligada a respetar una serie de reglas, originariamente propuestas por Alexy y que luego adopta Habermas con algunas modificaciones, que apuntan en su mayoría a garantizarles los mismos derechos a todos los hablantes. Éstas están divididas en tres niveles: el primero abarca las reglas lógicas y semánticas, sin contenido ético; algunas del segundo tienen un contenido ético vinculado a las relaciones de reconocimiento recíproco entre los interlocutores; y, el tercer nivel abarca las reglas relacionadas con las condiciones de simetría. Los participantes del discurso tienen que tener presente que la estructura de comunicación excluye toda coacción que no sea la del mejor argumento y neutraliza todo motivo que no sea el de la búsqueda cooperativa de la verdad.(5) Ya habíamos adelantado algo sobre el problema de las asimetrías, R. Maliandi lo define diciendo que "[e]s sabido que todas las estructuras sociales presentan asimetrías, particularmente entre quienes tienen y quienes no tienen poder."(6) Y da algunos ejemplos de asimetrías, como las relaciones médico-paciente, superior-subordinado, hombre-mujer, fuerte-débil, juez-acusado, maestro-alumno, padre-hijo, pobre-rico, gobernante-gobernado, etc. En estas relaciones, las partes que tienen más poder pueden negarse al diálogo; Maliandi es optimista y sostiene que a pesar de los problemas que se presentan, hay diálogos críticos que, por distintos motivos, tienen que alcanzarse gradualmente.(7) El concepto de la ética discursiva que han usado Habermas y Apel ha sido modificado por el último al dividirla éste en dos partes. La primera, la parte A, es la ética del discurso que parte de los supuestos de la ética deontológica de principios de Kant; y, la parte B es una ética de la responsabilidad. Apel se da cuenta de que la ética no puede estar separada de la realidad y la historia; por eso sostiene que sin dejar de trabajar en el plano ideal y abstracto de la parte A, es indispensable considerar la fundamentación de la B como una responsabilidad ante los individuos de la comunidad real de comunicación. Apel da un ejemplo muy claro de esto: cuando algún individuo se enfrenta a un criminal o a una organización como la Gestapo, no podrá renunciar a la mentira, el fraude e incluso el uso de la fuerza, sino que deberá actuar como si su acción pudiera ser susceptible de consenso por lo menos en un discurso ideal imaginario de todos los afectados de buena voluntad.(8) Obviamente, cuando hay un conflicto importante que resolver, no se puede recurrir al consenso ideal y es aquí donde interviene la parte B. No se puede olvidar la tradición de una sociedad ni tampoco los problemas sociales y políticos del momento, a la hora de aplicar las normas. 4. Teoría de la elección social En el siglo XVIII, con Jean-Charles de Borda y el marqués de Condorcet, surge una relevante discusión sobre la utilidad del uso de la matemática en la resolución de problemas sociales. Borda leyó su "Sur la Forme des Élections" en 1770, la cuestión más importante que plantea es que la pluralidad del voto entre varios candidatos podría fácilmente llevar a una elección escasamente razonable. El libro de Condorcet, Essai sur l'Application de l'Analyse à la Probabilité des Décisions Rendues à la Pluralité des Voix apareció en 1785, en él presenta dos aportes significativos: uno es la teoría de jurados y el otro es la famosa paradoja de los votantes. Ya en el siglo XX, K. Arrow publicó la prueba de su teorema por primera vez en 1951. Este trabajo es, sin duda, el más importante en este enfoque; abre nuevamente el debate sobre la utilidad de la matemática en las elecciones sociales ahora dentro del marco conceptual de una teoría de la racionalidad basada estrictamente en la racionalidad estratégico-económica de la teoría de los juegos. Una explicación breve diría que el teorema prueba que, al transformarse las preferencias individuales en colectivas, no es posible satisfacer todas las condiciones intuitivamente aceptables. Si se admite que la adopción de decisiones no sea "democrática", entonces es posible satisfacer las demás exigencias. La elección es no democrática o irracional porque no se garantiza una preferencia social transitiva; y si la preferencia no es transitiva, tampoco será racional. No cabe duda de que la racionalidad es una característica propia de los seres humanos, pero a algunos teóricos no les convence la idea de que las instituciones se comporten racionalmente. J. Buchanan y G. Tullock, especialmente el primero, sostienen que "cualquier proceso de la toma de decisiones es un mecanismo o conjunto de instrumentos. Éste no tiene inteligencia, y en consecuencia no deberíamos esperar racionalidad."(9) Estos autores señalan esto especialmente para criticar la forma en que Arrow trata a la votación. Ante esta crítica, éste responde que tanto "Buchanan como Little en algunos puntos sustituyen argumento genuino por sutilezas verbales".(10) Él sostiene que cuando usa el término "racionalidad colectiva" se refiere a las elecciones sociales que pueden resultar de la interrelación de ordenamientos individuales en un conjunto. Y esto, de ninguna manera, quiere decir que crea solucionado el problema de la elección social. El concepto de "conducta racional" tiene que ver con la idea de la elección de los medios más apropiados para lograr un objetivo. J. Harsanyi dice que "aun en un nivel de sentido común, este concepto de racionalidad tiene aplicaciones positivas (no normativas) importantes: se usa para la explicación, para la predicción, y aun para la mera descripción de la conducta humana."(11) El mismo autor sostiene que la teoría general de la conducta racional consiste en tres ramas; éstas son la teoría de la utilidad, la teoría de los juegos y la ética. Sobre la primera, explica que abarca la teoría de la decisión, que incluye la teoría de la conducta racional bajo riesgo e incertidumbre, y la teoría de la conducta racional bajo certeza (como lo establece la teoría económica clásica).(12) Sobre la segunda rama, la teoría de los juegos, Harsanyi dice que es la teoría de la conducta racional por parte de dos o más individuos racionales que interactúan; cada uno de ellos trata de maximizar su utilidadno importa si los objetivos son altruistas o egoístas. La tercera rama, la ética, es la teoría de los juicios racionales de valor moral; aclara el autor que él en otros trabajos ha tratado de mostrar que se trata de maximizar el nivel promedio de la utilidad de todos los individuos en la sociedad. Por lo que hemos visto hasta el momento, la teoría de la elección social puede ser usada para explicar algunos problemas políticos. W. Riker dice que "[d]esafortunadamente muy pocos filósofos políticos han reconocido hasta ahora esta relevancia, posiblemente porque la teoría de la elección social usualmente ha sido moldeada en forma matemática, sugiriendo de ese modo que es meramente un ejercicio técnico."(13) La teoría de la elección social se relaciona con la teoría de la democracia a través de la votación, una institución muy antigua que se usa como método de agregar preferencias individuales para llegar a la elección de un grupo o sociedad. Según Riker, los filósofos políticos, que han ignorado y descuidado los métodos de votación por mucho tiempo, pueden haber estado en lo correcto ya que durante mucho tiempo ha sido inexistente el estudio de la teoría de la votación.(14) 5. Conclusión Las diferencias entre los consensualistas y los teóricos de la elección social parecen ser insolucionables, si incluimos en el primer grupo solamente a Habermas. Unos trabajan en un plano abstracto e ideal y los otros, en uno abstracto sólo en la forma de presentar el problema. Si, en cambio, hacemos una subdivisión dentro del grupo de los consensualistas y dejamos de un lado a Habermas y del otro a Apel, la situación varía. La forma de presentar la ética discursiva de parte de Apel muestra que ha superado el problema de quedarse en un consenso ideal, muy deseable, pero que no aporta mucho a los inconvenientes de la resolución de conflictos dentro de una sociedad que reclama cambios inminentes. La filosofía debe dar una respuesta a estas necesidades, porque es de ella que se alimenta la teoría política. La teoría de la votación aparece como una solución a la falta de unanimidadasí por lo menos lo plantea la teoría de la elección social, no parece para nada incompatible con la necesidad de obtener consenso, ni tampoco contiene intenciones no democráticas. Los seguidores de la teoría de la elección social no dedican espacio para el estudio del consenso; sólo se refieren a él cuando fundamentan la necesidad de la votación para decir que si no hay unanimidad hay que recurrir a este método, pero en ningún momento le restan importancia. Apel y estos teóricos parecen tener la misma actitud ante los problemas de la sociedad: cuando no se puede averiguar cual sería la decisión del grupo o no hay acuerdo unánime, hay que trabajar en la resolución del problema. Los métodos por los que se llega son diferentes pero no incompatibles. Finalmente, la cuestión de las asimetrías que se presentan e influyen en las decisiones a las que se arriban, parece ser un problema para las dos tendencias. Está presente tanto en el discurso argumentativo que busca el consenso como en la agregación de preferencias; es uno de los problemas más antiguos de la democracia. Las dos vertientes analizan las asimetrías desde sus propios supuestos: unos se ocupan de la negativa al diálogo de los que tienen más poder; y los otros de la manipulación de las agendas de los más poderosos en el momento de votar, y de las estrategias usadas por los que menos poder tienen. Sin embargo, debería existir más comunicación entre los dos enfoques con el fin de enriquecer el diálogo. |
NOTES (1) Cf. D.van Mill, "The Possibility of Rational Outcomes from Democratic Discourse and Procedures", The Journal of Politics, Vol.58, N.3, August 1996, p. 735, 747-8. (2) Cf. J.Knight y J.Johnson, "Aggregation and Deliberation: On the Possibility of Democratic Legitimacy", Political Theory, Vol.22, N.2, May 1994, p. 278. (3) Cf. K.-O. Apel, Teoría de la verdad y ética del discurso, Barcelona, Paidós, 1991, p. 147; J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, Madrid, Cátedra, 1989, p.15. (4) K.-O. Apel, Op.cit., pp. 148-9. (5) Cf. R. Maliandi, Volver a la razón, Buenos Aires, Biblos, 1997, pp. 184-5. (6) Ibid., p.111. (7) Cf. Ibid., pp.111-3. (8) Cf. K.-O. Apel, "La ética del discurso como ética de la responsabilidad. Una transformación posmetafísica de la ética de Kant", en Teoría de la verdad y ética del discurso, Barcelona, Paidós, 1991. (9) J.Buchanan y G. Tullock, El cálculo del consenso, Barcelona, Planeta, 1993, p. 380. (10) K. Arrow, Social Choice and Individual Values, New York, J. Wiley & Sons, 1963, nota 42, p. 107. (11) J. Harsanyi, "Advances in Understanding Rational Behavior", en J. Elster (Ed.), Rational Choice, Oxford, B.Blackwell, 1986, p. 85. (12) Ibid., cf. p. 89. (13) W. Riker, Liberalism against Populism, San Francisco, W.H.Freeman, 1982, p. ix. (14) Ibid., p. 1. ![]() |